Hizo 100 metros en 9.69 segundos y tuvo tiempo se sonreir. Tuvo tiempo de mirar hacia sus costados y confirmar que no había nadie. Estaba sólo. El resto venía algunas fracciones de segundo atrás. Mientras esos otros 9 no podían hacer otra cosa que no sea correr, él se golpeaba el pecho triunfador. Y también corría. Esos 9 iban serios, él disfrutaba. Esos 9 cruzaron la línea de finalización con sus músculos en el mayor grado posible de tensión, él lo hizo relajado. Esos 9 parecían lentos, él lo hizo. Faltando pocos metros abrió sus brazos. Los otros 9 los tenían aerodinamicamente pegados al cuerpo acompañando el paso de sus piernas en un movimiento perfecto. Él abrió sus brazos. Miró, soberbio, a las tribunas. Tuvo tiempo de avisarle al mundo que sería el ganador. Soberbio. Le sobró tiempo y le faltaron metros. Mientras los otros 9 frenaban, él todavía tenía resto. Cruzó la meta y siguió corriendo. Fue en busca de los abrazos jamaiquinos y de la bandera de esos abrazos. Recién en ese momento, frenó.
Usain Bolt se movió en la pista como lo hace un Phelps, perdón, un pez en el agua.
Usain Bolt se movió en la pista como lo hace un Phelps, perdón, un pez en el agua.