16 ago 2008

Usain Bolt, como un phelps en el agua

Hizo 100 metros en 9.69 segundos y tuvo tiempo se sonreir. Tuvo tiempo de mirar hacia sus costados y confirmar que no había nadie. Estaba sólo. El resto venía algunas fracciones de segundo atrás. Mientras esos otros 9 no podían hacer otra cosa que no sea correr, él se golpeaba el pecho triunfador. Y también corría. Esos 9 iban serios, él disfrutaba. Esos 9 cruzaron la línea de finalización con sus músculos en el mayor grado posible de tensión, él lo hizo relajado. Esos 9 parecían lentos, él lo hizo. Faltando pocos metros abrió sus brazos. Los otros 9 los tenían aerodinamicamente pegados al cuerpo acompañando el paso de sus piernas en un movimiento perfecto. Él abrió sus brazos. Miró, soberbio, a las tribunas. Tuvo tiempo de avisarle al mundo que sería el ganador. Soberbio. Le sobró tiempo y le faltaron metros. Mientras los otros 9 frenaban, él todavía tenía resto. Cruzó la meta y siguió corriendo. Fue en busca de los abrazos jamaiquinos y de la bandera de esos abrazos. Recién en ese momento, frenó.
Usain Bolt se movió en la pista como lo hace un Phelps, perdón, un pez en el agua.

13 ago 2008

Por un alicate

Las brazadas se sucedían. Los segundos pasaban y cada vez queda menos agua por recorrer. Se arroja el francés Alain Bernard. Segundos después hace lo mismo el estadounidense Jason Lezak. Francia lideraba la carrera. A un cuerpo EE.UU. lo seguía. La distancia se mantenía. Michael Phelps, todavía húmedo, alentaba, Lezak aceleraba, presionaba. Bernard lo sentía. Al cumplirse los 50mts. el borde la pileta los encontró a medio cuerpo. Bernard intentaba alejarse pero no podía. Lezak lo seguía. Se acercaba. Ya lo salpicaba con sus brazadas. La cabeza del Jason superó la altura de la cintura de Alain. El dramático final se intuía. 25mts. El griterío, infernal. La cabeza de Lezak ya llegaba al cuello de Bernard. Este desesperaba, pero nada. 15mts. El suspenso crecía. Ya estaban mano a mano. La cámara los seguía. El griterío, infernal. 5mts. Era empate. El agua literalmente se abría, los dejaba pasar. 2mts. Los 3 franceses y los 3 estadounidense casi se tiran nuevamente a la pileta. Para empujar. Pero no. Se mantuvieron, expectantes, en el borde. 1mt. Era empate. 50cm. Última brazada. Lezak se estira, Bernard también. Lezak se estira aún más. Bernard también. Horas antes Bernard se había cortado las uñas, Lezak no. Oro para Estados unidos.

7 ago 2008

RiquelMessi

Estrategia, calma, parsimonia. Velocidad, habilidad, frenesí. A uno se lo destaca por su tranquilidad, al otro por su descontrol. A uno se lo critica por su tranquilidad, al otro por su descontrol. Sobre uno se dice que el día que sepa cuando acelerar, será Maradona. Del otro se dice que el día que sepa cuando frenar, también lo será. Uno tiene lo que le falta al otro. Riquelme pocas veces acelera, pocas veces encara con rapidéz. Messi pocas veces se detiene, pocas veces piensa con calma. Cuando uno pica, el otro espera. Cuando Messi se abre, Riquelme se cierra. Parecen condicionarse, limitarse. Como si hubiera que elegir con cual quedarse. Si se quiere jugar al ritmo cansino del de Boca o al ritmo frenético del de Barcelona. Pero uno tiene lo que le falta al otro. Para cuando Riquelme no encare, debe estar Messi para hacerlo. Para cuando Lío no frene, ahí debe estar Roman quien podrá patear los tiros libres que se originarán en las patadas que recibirá Messi quien festejará sus goles gracias a los pases de Riquelme que, lentamente, lo abrazará mientras el chiquitín este gritando GOOOL! Uno tiene lo que le falta al otro. Con ambos, un equipo es completo. En un futbol donde todos corren, la diferencia la marca el que sabe en que momento cambiar de ritmo. El que puede explotar y pensar, esperar, gambetear y definir. Deben encontrar ese punto exacto que los complemente, ese segundo donde uno saque el pase que el otro ya salió a buscar.
Ninguno es Maradona, nunca lo serán. Pero juntos, se le pueden parecer.

3 ago 2008

Sensini y los 90

2a2. Restaba sólo un minuto. Tiro libre para Nigeria. El centro y la búsqueda del cabezazo triunfal era una obviedad. Defender ese intento con uñas y dientes, también. Nigeria había vencido en semis a Brasil. Lo había hecho con un gol de oro. Por muerte súbita. Nuevamente buscaba el oro, con un gol. Faltaban segundos para que partiera la pelota. La defensa argentina se mantenía, sospechosamente, en línea. El línea, premonitoriamente, también. El balón comenzó a volar hacia el área. Tevez todavía jugaba en inferiores. Nadie sabía, en ese momento, que jugaría un Juego Olímpico en 2004. Que sería figura y goleador. Que Argentina conseguiría, ocho años después, el oro por primera vez. Cuando esa pelota volaba, Passarella, en Athens, mantenía la esperanza de robarle, anticipadamente, ese privilegio que tendría Bielsa, en Atenas. A medida que la pelota se acercaba al área chica, Zanetti, Ayala, Chamot y Almeyda se iban. Amokachi, West y Babangida, llegaban. Kanu miraba, el Piojo Lopez también. La Argentina había decidido delegar toda responsabilidad. En lugar de defender la última jugada a fuerza de piernas y cabezazos, con su huida, dejaban el oro en manos del línea. Roberto Sensini, indeciso y lento, dejó su pie un segundo más que el resto. Mientras los argentinos miraban al línea, el línea miraba a Emanuel Amunike patear al gol. Pablo Cavallero, como haría contra Suecia en 2002, también miraba. 3a2 en el minuto 90.
En el año 90, Sensini también había sido protagonista de la definición de una final. En ambas, luego de los dudosos movimientos de sus pies, todos miraron al arbitro, al línea. Primero por el penal que no fue. Después por el Off-Side que tampoco supo ser. Alemania primero y Nigeria después, se quedaron con el oro. Argentina con la plata, devaluada.

2 ago 2008

One World, One Dream?

One World..., Beijing. Dream team. Ginobili. España, Gasol y Nadal. Phelps. Brasil con Ronaldinho, sin kaká. Argentina con Riquelme, con Messi. Un gol, 100mts., 42km. Un doble. Records. Shangai, Judo, Voley. Oro, Federer, Handball. Blogs, TV, Hockey. Luciana Aymar, Kobe Bryant, Isinbayeva. Madrugadas, pesas y bronces. Sergei Bubka, triatlones y box. Cuba, Yao Ming y el Yachting. Vitaly Shcherbo, Gimnasia y Esgrima. La plata, las lágrimas y el canotaje. Victorias, China comunista y Adidas. El fondista kenyata, Nalbandian y la nadadora húngara. China capitalista, derrotas y el remo. Bonadeo, postas 4x100 y el COI. Nike, Coca Cola y el black power. La censura, el Kun Aguero y el maratón. Medallero, Ciclismo y arroz. Multiculturalismo, el doping y la lucha grecoromana. Nadia Comaneci, Badminton y Wang Hao. Carl Lewis, Hong Kong, Salto con garrocha. Waterpolo, Beisball y Jesse Owens. Ian Thorpe, taekwondo y la Antorcha. El gimnasta ruso, los juegos paraolímpicos y Mao. Voley de playa, saltos ornamentales y Chiaraviglio. Villa Olímpica, Munich 1972, Equitación. Cassius Clay y Occidente. Muhammad Alí y Medio Oriente. Ben Johnson, Steffi Graf, Félix Savon. Nigeria, Sensini y el Off-Side. La gran muralla y Tarzán. 08 al 24 de agosto... One Dream?

26 jul 2008

Hazaña Olímpica

La historia estaba allí para ser rescrita como si el tiempo se hubiera detenido aquel 8 de septiembre de 2002. El mismo rival, el mismo sector de la cancha, la misma corrida y apenas segundos en el reloj. En ambas ocasiones, la pelota viajó desde la línea de fondo hacia la mitad de la cancha. En aquella final la pelota terminó en Hugo Sconochini. Balón en mano, buscó el aro con la desesperación por la gloria deportiva a cuestas. El tanteador marcaba igualdad en 75. El destino y la indiferencia arbitral sentenciaron el alargue. La atropellada del capitán fue cortada con una falta yugoslava que todos vieron pero nadie se dignó a cobrar. Luego el nerviosismo se apoderó de todo el equipo. La medalla de oro quedó en un sueño.

Dos años más tarde, ese mismo balón, ahora despedido por el "Puma" Montecchia, llegó al cuerpo en vuelo de Emanuel Ginóbili. Esta vez no habría posibilidad de alargue. Era victoria consagratoria o derrota ante los campeones del mundo. Con sólo décimas por jugar, la pelota se posó apenas un instante sobre los dedos de la estrella argentina. No hubo siquiera margen para la falta, para el robo, para la tapa. Fue tablero, red, abrazos, locura y revancha. La cicatrización perfecta de esa herida bienal. El comienzo inmejorable para ir en busca de la hazaña olímpica.

Luego de concluir la primera fase esperaban los cuartos de final. Aguardaba el seleccionado local. Ante 15.000 espectadores el partido tuvo clima de final. Los gritos eran ensordecedores, a medida que se sucedían los cuartos la tensión iba en aumento. Promediando el tercer período la selección perdía por 11 puntos. Pero ingresó Walter Herrmann, el hombre que lo perdió todo y buscaba ganar algo para compensar mínimamente tanto dolor. Contagió sus ganas y su ímpetu a todo el equipo. Su básquet de una mano y la presión de cancha entera del resto de sus compañeros dieron vuelta el encuentro. Personalidad, presencia, victoria, semifinales y a la vuelta de la esquina aguardaba nada menos que el Dream Team.
En aquel mundial fueron los primeros en lograr lo imposible, vencerlos. Ahora iban en busca de su segunda victoria ante los todopoderosos estadounidenses. Fue un choque de estilos notable. Talento colectivo versus talento individual. Respeto por el oponente frente a soberbia sobre el rival. 89 a 81. Las miradas perplejas y la desazón de los norteamericanos fueron la consecuencia inevitable del básquet perfecto, audaz e imponente de los dirigidos por Rubén Magnano. Ginóbili fue destreza, magia, efectividad y abrazos de final.

La final fue una fiesta. El cierre de oro se intuía. Sólo hacia falta demostrarlo sobre el parquet. Y así fue. La diferencia de 15 tantos ante Italia fue la distancia necesaria para evitar nuevas intromisiones del destino. Tuvieron que transcurrir casi dos años para que los merecimientos se transformen en victoria. Sin faltas no cobradas, sin nervios. Con experiencia y solvencia. Fue revancha, aplausos, medalla y consagración.